El arquitecto, ingeniero civil y eléctrico José Lecticio Salcines Morlote (1889-1974) debió su fama a un irrealizado proyecto altruista y no a la escultura de igual nombre que preside la cúpula de su Palacio erigido a fines de la segunda década de la pasada centuria, y desde el 12 de abril de 1993 enaltecida a Símbolo de la Ciudad de Guantánamo por la Asamblea Municipal del Poder Popular.
La pétrea figura representa en la mitología griega a la mensajera de Zeus, encargada de propagar por el mundo los hechos grandiosos, dueña del presagio de lo bueno y lo malo por venir. Ojalá que su vaticinio más reciente sea que no se va a dilatar Ad calendas graecas, como reza la locución latina, la rehabilitación actual del inmueble y que en breve plazo el edificio más bello de la ciudad acogerá nuevamente al personal de la Dirección Provincial de Patrimonio Cultural, del Museo de Artes Decorativas y la Galería de Arte.
Alcanzar ese propósito constituiría plausible homenaje a este guantanamero ilustre que, en 1919, cuando la vida parecía sonreírle, erigió las más relevantes obras arquitectónicas del Alto Oriente y proyectó y ejecutó su fastuosa vivienda, plenamente identificada con el eclecticismo o historicismo surgido en Europa a comienzos del siglo XIX, heredero directo del neoclasicismo.
Renombrados especialistas, entre ellos Gaspar Atares Faure, Premio Provincial de Arquitectura, coinciden en que en La Villa del Guaso esa corriente rompió con la parquedad de construcciones anteriores al primer tercio de la centuria pasada y proporcionó persistencia decorativa a las fachadas e interiores de las casas de esta ciudad.
El primer nivel fue proyectado desde sus inicios con el concepto de planta libre, puesto que acogería al gabinete del profesional que al morir dejó una valiosa documentación técnica, la mayor parte dispersa o perdida.
El hormigón armado predominó en la mansión, cuyas instalaciones eléctricas e hidrosanitarias se empotraron en tuberías de cobre, y los vitrales remedan los de similares (pero no tan acabados) palacetes erigidos por la burguesía habanera, en la primera mitad de la anterior centuria.
La estatuilla, con la clásica túnica griega y largo y silente cornetín encargada por Salcines al escultor italiano Américo Chini, se confabula con capiteles, cornisas y columnas sui géneris para atraer al visitante, guantanamero o foráneo, y a no pocos admiradores del arquitecto que (dicho sea, entre paréntesis) murió en Cuba y al servicio de la Revolución, en las que desempeñó entre otras responsabilidades la de Asesor en el Ministerio de Obras Públicas.
Un aspecto poco conocido de su personalidad fue su humanismo, pues dilapidó la fortuna deparada por su condición de arquitecto más solicitado entre sus contemporáneos, en su irrealizado empeño de dotar de agua a Santiago de Cuba, donde la escasez de fuentes de abasto y la sequía imperante en las primeras cuatro décadas de la anterior centuria obligó a que se le enviará en barcos-cisterna el líquido desde la ilegítima base naval yanqui, enclavada en suelo patrio desde 1903.
Su Proyecto de Uso Múltiple, concebido con aquel propósito (retomado ahora por el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos) fue premiado en el I Congreso Panamericano de Ingeniería (Río de Janeiro, Brasil, 1949) y proponen esencia en 1913, con los títulos de arquitecto, ingeniero civil y eléctrico.
Más de seis décadas después del foro, aquella propuesta es considerada la primera empresa científicamente fundamentada para aprovechar parte del caudal fluvial de la Isla, suministrar agua a Santiago de Cuba, aportar energía barata a la antigua provincia de Oriente e irrigar cinco mil caballerías del valle de Guantánamo.
El citado lauro inspiró entonces a la prestigiosa revista Bohemia una serie de artículos plagados de elogios y defensores de la necesidad de aplicar la propuesta de nuestro conciudadano, cuya esencia es el aprovechamiento de las cuencas hidrográficas al Este de la Cuna de la Revolución (incluida la del caudaloso río Toa y también las del Guaso, Yateras y Jaibo) para crear acueductos, irrigar por gravedad el salinizado valle de Guantánamo y generar energía barata para varios municipios de la antigua provincia de Oriente.
Uno de los criterios expuestos por la revista más leída de América Latina, calificaba a Salcines como el Carlos J. Finlay de la Ingeniería Cubana, vaticinio incorrecto, porque a diferencia del médico cubano despojado por Walter Reed del descubrimiento de la fiebre amarilla, las más importantes obras hidráulicas que benefician al territorio natal del profesional reseñado en estas líneas se materializaron gracias a los croquis y planos ideados en la soledad de su gabinete de familia por el Arquitecto de las esquinas, como aún es conocido por la tendencia a edificar en esas intersecciones uno de los guantanameros más ilustres y menos conocido de lo que debiera serlo.
Por Pablo Soroa Fernández
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